lunes, 13 de junio de 2016

La Soledad camina a la gloria

José Luis Pérez málaga | Actualizado 12.06.2016 - 01:00
zoom
Los malagueños tenían pendiente una deuda con la Virgen de la Soledad y el día de ayer hizo historia y justicia. Málaga volvió a verse llena de cofrades que honraban a la imagen mariana con el reconocimiento devocional y el recuerdo de su coronación canónica, que forma ya parte de la memoria colectiva de la ciudad.

A las 11:00 daba inicio la Misa Estacional de coronación con la Virgen presidiendo el presbiterio de la Santa Iglesia Catedral. Con un elegante altar efímero constituido por arquitectura marmórea similar al tabernáculo, Mena supo imprimir su sello a una ceremonia caracterizada por la sobriedad y los elementos propios de la Congregación. El canto Salve Madre serviría de entrada al cuerpo sacerdotal. El obispo Jesús Catalá oficiaría la eucaristía.

Tras las pertinentes lecturas, el primado malagueño desglosó en su homilía la importancia de la Virgen María como Madre del Redentor y destacó el dolor contenido de la Soledad ante la muerte en cruz de su Hijo. Catalá resaltó que "la coronación es un motivo para venerarla y amarla más. La devoción de la Virgen debe tocar el corazón de la gente. Finalizada la disertación, el presidente de la comisión de los actos de la coronación, Antonio de la Morena, leyó el decreto de aprobación de la condecoración para proceder al momento central de la eucaristía. Los representantes de la Armada y las Hermanas de la Cruz, el hermano mayor de Mena, Antonio Jesús González, el cardenal Fernando Sebastián y el obispo subieron hasta el tabernáculo con el halo ya bendito. Los dos pastores fueron los responsables de coronar a la Virgen de la Soledad mientras la música y los aplausos resonaban en toda la Catedral. Antonio del Pino dirigió una misa con la base de elegancia que el maestro Iribarren crease siglos atrás.

La celebración se desarrolló con absoluta normalidad. Al término, e interrumpiendo los sones de la Salve Marinera de manera anecdótica, el jefe de la Flota de la Armada, Francisco Javier Franco, entregó el bastón de mando como ofrenda a la Virgen ya coronada.

Finalizada la eucaristía, la Catedral se desalojó de público para preparar el traslado hasta el punto de salida, de donde partiría la procesión triunfal. La Virgen procesionó a hombros de miembros de la Marina con el halo y un sencillo tocado de mantilla blanca. En la abadía del Císter mantuvieron un encuentro con la hermandad del Sepulcro, viéndose frente a frente por primera vez en su historia las dos tallas de la Soledad. La corporación del Viernes Santo ofreció su escudo de oro antes de dirigirse el cortejo hasta su casa hermandad de calle Alcazabilla.

Con la brisa marinera que desde el Paseo del Parque llegaba a la Alcazaba, todo se disponía para la salida triunfal desde el interior de la casa hermandad del Sepulcro. Los hermanos y devotos, con la túnica dominica ya puesta, esperaban el reencuentro con su Señora entre anécdotas compartidas. El cortejo se organizó en el interior de la iglesia de San Agustín para salir por calle Marquesa de Moya.

La banda de cornetas y tambores de la cofradía del Cautivo antecedía a un cortejo en el que participaron todas las hermandades de Pasión agrupadas, así como otras hermandades de Gloria, que saludaron preceptivamente a la Soledad Coronada. Junto a ellos una nutrida sección de hermanos con cirios perfectamente uniformados y con las medallas en las que la inconfundible silueta del Cristo de la Buena Muerte destacaba con el fulgor de la tarde.

Antes de la salida, los últimos puestos del cortejo lo ocuparon una representación de la Legión Española, los padrinos de coronación -la Armada y las Hermanas de la Cruz-, los presidentes de consejos y agrupaciones de toda Andalucía y una representación de la curia malagueña y el hermano mayor.

Antonio de la Morena daría los primeros vivas a la Virgen antes de los toques de campana que Antonio Jesús González daría para arrancar los aplausos del público allí congregado. Coronación de la Soledad, de José Antonio Molero, fue la marcha elegida para que la banda de música Oliva de Salteras iniciase el desfile procesional.

Ante los ojos emocionados de Francisco Fernández Verni, quien fuese hermano mayor de la Congregación de Mena y presidente de la Agrupación de Cofradías, salía la Virgen hacia la calle en un mar de aleluyas que caían desde la casa hermandad de Sepulcro.

En la puerta de la casa hermandad de Estudiantes sonaría la primera Salve Marinera ofrecida, junto al Gaudeamus Igitur, por la corporación del Lunes Santo y la archicofradía de Expiración.

Las lágrimas se intuían entre los congregantes por ver a su Virgen en la calle. Era el momento más esperado. Calle Císter volvía a convertirse en punto de referencia al recibir la primera gran petalada desde balcones de los dos edificios. Aquella Virgen sonaría más adelante en un ambiente que caracteriza al espíritu de la Hermandad. Ya lo diría Ramón Gómez Ravassa, Mena es Mena y su elegancia y sobriedad se demostró con su sello, que no desapareció. Mientras el cortejo abría hueco para que todo avanzase, desde el palacio de los condes de Zea-Salvatierra se cantó la primera saeta por parte de Rufino Rivas. La doble curva del hospital Gálvez se ejecutó con especial mimo.

Otro de los puntos más esperados llegaría, al cierre de esta edición, al paso por la plaza del Obispo. Ante el marco incomparable de la Catedral, Jesús Catalá contemplaba en solitario el paso de la Virgen a la que unas horas antes había coronado.

Pasada la medianoche se produciría el reencuentro más esperado. La Virgen Coronada frente a la Soledad de Juan de Ávalos en un conjunto instalado en la casa hermandad de la Sagrada Cena. Igualmente, el sueño de los congregantes de ver bajo una lluvia de pétalos a su Virgen se vería cumplido en calle Sagasta.


Cerca del amanecer llegaría el momento de encontrarse con las vírgenes de la Estrella y Dolores del Puente a su llegada a Santo Domingo en una jornada de ensueño donde la historia hizo justicia a la Virgen de la Soledad.

No hay comentarios: