domingo, 11 de octubre de 2015

Mena desarma los tópicos

Una refinada y multitudinaria procesión de su centenario derriba estereotipos sobre su poder de convocatoria y el potencial cofrade de la Congregación

ALEJANDRO CEREZO | Domingo, 11 Octubre 2015Escribir un comentario
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El Cristo de Mena y la Soledad, en el Patio de los Naranjos.El Cristo de Mena y la Soledad, en el Patio de los Naranjos.A. C.


Cuando en una misma crónica cabe lanzar reflexiones a mundos muy distintos es porque la propia celebración ha llegado variopintos roles de la masa social de la ciudad. Esta idea ya justifica sobradamente la enésima salida extraordinaria de un año 2015 en que, por culpa de todos y de nadie, los cofrades hemos rebasado el límite de lo razonable.
Se hablaba en las calles del exceso de procesiones; pero se hacía esperando a Mena. "Mena es Mena" se pronunció de forma oficial en el pregón conmemorativo, pero es una frase tatuada desde tiempo en el espíritu colectivo de la ciudad. A Mena se le perdonan los excesos porque en sí es un exceso, y no iba a pagar los platos rotos por tocarle cerrar un ciclo de salidas extraordinarias que parecía no llegar a su fin.
Exceso como el propio uso de la Catedral este año. Paradoja: el mismo Cabildo que ha abierto el templo mayor a las cuatro efemérides cofrades del año (Misericordia, Rocío, Viñeros y Mena) y que lo hará el próximo domingo para la Agrupación de Glorias, es el mismo órgano que no se decide a, por ejemplo, ensanchar la reja del Patio de los Naranjos unos centímetros para que la integridad de los tronos –y sus hombres- no peligre.
Desde ese ya espacio cotidiano que es la Puerta de las Cadenas partió puntual la cabeza de procesión, acompañada por gastadores legionarios y al único ritmo de tambores; tal y como lo hace el Jueves Santo. La procesión tardaría en salir media hora. Con la torre de la Catedral marcando las siete, el trono con los dos titulares de la Congregación atravesaba el dintel a los sones de la Marcha Real. Delante, más de 150 hermanos, casi setenta de ellos portando hachetas, todos iluminando el cortejo con cera. Una comitiva compuesta por sus hermanos y sin apoyar su longitud y vistosidad en representaciones externas, tan recurridas a menudo para encubrir el sonrojo.
Aunque hubo representaciones –son Historia de la Congregación- tanto de la Armada como de la Legión, se redujeron a una presencia simbólica, tanto en la mencionada cabeza de procesión en el caso del cuerpo fundado por Millán Astray como tras el trono en el caso de la Marina, al margen de los cargos correspondientes que formaban parte de la presidencia, también con presencia eclesiástica, entre los que se hallaba el predicador del triduo y vicario de la Diócesis, José Ferrary.
Así, participó tras el trono la banda de música de la Paz, que ya lo hace de forma habitual en los cultos internos de Mena, y que desplegó su acostumbrada calidad en una cruceta musical muy atinada, a pesar de la dificultad que entrañaba buscar piezas que conciliasen con ambas tallas. Además, como ya ocurriera en el traslado a la Catedral del día 2, semejantes repertorios tan clásicos y refinados sugieren una tendencia idónea para asumir en su procesión, incluyendo el Cristoque, ya en cada encierro del Jueves Santo escucha los sones de la magnífica El Cristo de La Legión, de Eloy García, con la que salieron los titulares de la Catedral.
El trono empleado era el que alza la extraordinaria imagen de Francisco Palma Burgos –esta vez sin corona de espinas- en su salida de Semana Santa. Algo adelantada, y a la derecha del Señor, figuró la Virgen de la Soledad en una composición quizá algo forzada, ayudada por su atavío que, si bien refulgía en distinción y personalidad, resultó ancho para el limitado espacio disponible.
Pero la procesión, que contó hasta con unas gotas de lluvia cuando desfilaba por calle Larios, sirvió especialmente para instruir a dos bandas. Si de una parte el público que disfruta de las procesiones descubrió una desconocida faceta no-militar de la Congregación, la lección no fue menos pequeña para un mundillo cofrade reduccionista hasta la exasperación: Mena calló bocas por la contundencia de su poder de convocatoria -sin Legión- e iluminó a los más ciegos con su genuina filosofía procesional de la que hace gala, ni más ni menos, que cada Jueves Santo. Desarmandotópicos -más aprendidos que comprobados-, la austeridad, sabor cofrade y compostura habituales fueron también en esta salida la tónica general, que dejó para el último suspiro su más sobrecogedora estampa, a las 0.45 horas: ver, tras sonar El Novio de la Muerte y la Salve Marinera, al Cristo de la Buena Muerte y a la Virgen de la Soledad entrar en su iglesia de Santo Domingo. Ahora queda coronar el Centenario.

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