domingo, 11 de octubre de 2015

Elegancia y espíritu de Mena

JOSÉ LUIS PÉREZ MÁLAGA | ACTUALIZADO 11.10.2015 - 01:00
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El pregón conmemorativo del centenario de la Congregación de Santo Domingo lo decía bien claro: Mena es Mena. Sin más. Un apellido que hizo historia con la llegada del gran genio desde Granada y que hoy rememora la historia en el sello de una Hermandad. Su presencia se notó en las calles de Málaga en la tarde y noche de ayer, con el gran gentío que esperó durante horas a que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad pasasen juntos por delante de sus ojos. 

La Catedral acogió por la mañana el último día de triduo con ambos Titulares situados en el presbiterio de la Catedral. En la misa se hicieron efectivos los nombramientos de padrinos de la coronación canónica de la Virgen de la Soledad a la Armada Española y a las Hermanas de la Cruz, recibidos en manos del vicealmirante Fernando Querol y María del Pilar Lanzac. La procesión que comenzaría unas horas más tarde sería el punto de partida hacia la coronación de la imagen mariana. 

Por la tarde, el trascoro del primer templo se vio invadido por un mar de túnicas blancas. Los Titulares de la Congregación ya estaban entronizados a la espera de salir, mientras un numeroso cortejo se disponía como si cada uno supiese ya dónde debía ir colocado, sin indicaciones. Los dos guiones de la corporación fueron acompañados por un amplio cuerpo de hachetas, seña incondicional de la Congregación cada noche de Jueves Santo. 

Entre sus portadores, el hermano mayor de la Piedad, Javier Torres, contaba que se "quitaba la espinita" portando al Cristo de la Buena Muerte, ya que sus hombros habían soportado el peso de todas las imágenes que Francisco Palma Burgos había legado a Málaga. El momento llegó cuando los tres preceptivos toques hicieron levantar el conjunto para salir de la Catedral, primero en silencio y luego a los sones del órgano de la Catedral. 

Superada por el trono la dificultad del atrio, aunque sin las cabezas de varal de los dos exteriores, un clarín daba inicio al andar despacio hasta la salida por el Patio de los Naranjos. Una vez que el trono avanzaba hacia calle Císter, la banda de música de La Paz daba los sones recios y elegantes que sus Titulares demandan y que encajaron a la perfección en la jornada de ayer. 

En calle Císter, el tiempo se detuvo ante los ojos emocionados de una mujer, parada delante del Cristo al que rezó durante tantas ocasiones mientras su marido, enrolado en el cuerpo legionario, debía partir hacia una nueva misión. Un poco más adelante, en calle San Agustín, el trono tendría que superar con destreza la estrechez del antiguo colegio, a los sones de palilleras. Para superar el trance, Margot como marcha y a continuar su camino. En la curva con calle Granada y la plaza de Jesús Castellanos, el trono de nuevo en silencio para escuchar las órdenes de los capataces, artífices de tan compleja maniobra. 

Unos metros por delante, la escuadra de gastadores de la Legión congregaba al público. Es innegable que una de las razones, si no la principal, de algunas personas que acudieron a ver el cortejo no era otra que ver este sello de Mena. El resto miraba atento al conjunto del Cristo y su Madre de la Soledad, en una escena que pocas veces más se repetirá. 

Mientras avanzaba por el entorno de la Plaza del Siglo, el público ya esperaba hasta su homónima de la Constitución. Mena es capaz de movilizar a una cantidad de público pocas veces visto en Málaga en los últimos años, aunque el presente quedará para la historia en la asistencia y el número de ocasiones vividas. 

Calle Larios fue la ocasión elegida para la interpretación del himno legionario. El novio de la muerte fue coreado por los espectadores, los cargos militares que acompañaron a las imágenes y los hombres de trono, toda vez que la Legión estuvo temporalmente ausente tras el Crucificado de Palma Burgos. La Salve Marinera fue la siguiente en el repertorio, también cantada con fervor y fuerza por quienes llevaban sobre sus hombros a la Virgen de la Soledad. Tras el paso por la Plaza de la Constitución, el cortejo continuó su recorrido por el centro. En calle Marín García, María Almendro dedicó una saeta escrita por Antonio Márquez que recibió un caluroso aplauso del público. Un leve chispeo asustaría al cierre de la edición de este ejemplar, pero nada impidió la máxima cofrade de que, ante el peligro de que unas gotas arruinen la procesión, Mena salga a la calle. 

La noche acompañó a las imágenes hasta su vuelta al templo, donde llegarían con la fresca madrugada, como siempre. Así quedó demostrada la palabra de los pregoneros: Mena es Mena.

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