Manuel Márquez se alistó en la Legión con 16 años, haciendo de enlace con su bicicleta en plena Guerra Civil. Hoy con 90 años cumplidos, sigue muy unido al Cuerpo y tiene varias condecoraciones
ALFONSO VÁZQUEZ Vino al mundo en 1920, "el mismo año en que se fundó la Legión", recuerda Manuel Márquez, un antequerano gran aficionado a los deportes que solía recorrer los Montes de Málaga en una bici de carreras. Un buen día su padre, ajustador mecánico, le informó de que el ejército de Franco iba a requisar todas las bicicletas. "Y dije, donde vaya la bici voy yo".
Tenía 16 años e ingresó en una milicia nacional donde recibió la instrucción de un comandante de la Legión retirado. En esa época no se separó de la bici porque hizo de enlace entre las distintas posiciones de las trincheras. "Ahí comencé a conocer el silbido de las balas". Pero poco después, estando en el frente de Córdoba, su padre consiguió reclamarlo por menor de edad y hacerle regresar a Antequera.
La respuesta de Manuel fue alistarse en Sevilla en la Legión, con 17 años. Para sus compañeros legionarios era conocido como ´Peque´, por su edad. Haciendo la instrucción en Zaragoza, un cabo le comentó: "He oído que mandan a tu bandera a Caspe, Teruel, ¿me cambias el capote?". Manuel se negó porque el capote de su superior estaba en mal estado. La justificación del cabo fue: "Para lo que vas a durar, qué más te da".
Frente de Aragón, de Cataluña, Levante... en julio del 38 recibe la primera herida de bala. También allí, en Castellón de la Plana, le mandan atacar con bayoneta. "Sacamos los machetes, los pusimos en los fusiles, saltamos los parapetos... y allí no había nadie, nos hicieron un favor".
La segunda herida la recibe en la batalla del Ebro, una sangría para nacionales y republicanos. "Allí disparaban con balas explosivas que te explotaban dentro, hoy día tengo partículas metálicas en la zona lumbar", explica. Además, siendo trasladado en camilla, sorteó la muerte ante el ametrallamiento de un caza ruso mientras que en la atestada ambulancia, por una carretera llena de socavones, recuerda que "éramos como trapos en una lavadora".
En el hospital, le operan sobre dos mesas de cocina, alumbrado por un quinqué y sigue jugando con su destino al regresar a Antequera para reponerse y recién operado acepta jugar un partido de fútbol con sus amigos. "Recuerdo que marqué un gol y al decir ´gol´ me caí redondo al suelo, se me había abierto de nuevo la herida".
Recuperado y ascendido a cabo furriel, nunca olvidará el día en que acabó la guerra, aunque para estos soldados del bando nacional hubo pocas celebraciones: "No hubo tiempo de pensar en nada, nos llevaron al Protectorado español de Marruecos". En su servicio a la legión, había tenido como superior y amigo a Jaime Milans del Bosch. Fue este el que se negó a que el legionario malagueño se alistara la División Azul. "Nos presentamos toda la compañía como voluntarios pero me tachó porque decía que no quería que me mataran".
Manuel estuvo en Larache hasta 1942. Se enteró de unas oposiciones a funcionario de Aduanas del Protectorado y las aprobó, siendo destinado a Tánger, donde vivía su novia, Mercedes, con quien luego se casó. Dejó la Legión cuando le esperaba un ascenso a sargento, pero no se olvidó de ella. Tras la independencia de Marruecos es destinado a Málaga, al Palacio de la Tinta, hasta su jubilación en 1986.
Aprovecha su llegada a Málaga para retomar el contacto con la Legión. Es miembro de la Asociación de Caballeros Inválidos y Mutilados Militares de España (Acime), del que recibió un homenaje en 2009 y antes, en 2006, el general Muñoz le impone la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco. Manuel Márquez sigue siendo un legionario.
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